pires de metal : sei shonagon febrero de 2001
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Sei Shonagon
Cosas odiosas
Tengo prisa y mi visitante me impide partir al quedarse charlando. Si es alguien sin importancia, me desembarazo de él diciendo: "Me hablará de eso la próxima vez", pero si es de esas visitas que merecen mi mayor cortesía, la situación se torna verdaderamente odiosa.

Encuentro un cabello pegado al suzuri en el que estoy frotando mi sumi, o arena depositada en éste, la cual produce un ruido desagradable, chirriante.

Un hombre sin ningún encanto especial discute sobre toda suerte de temas al azar, como si lo supiera todo.

Odio el espectáculo de los hombres borrachos que gritan, se meten los dedos en la boca, se mesan las barbas, y pasan el vino a sus vecinos gritando "Toma otro poco, bebe". Y tiemblan, sacuden sus cabezas, desfiguran sus caras, y gesticulan como niños que cantaran "Vamos a ver al gobernador". Vi cómo personas bien nacidas se comportaban de este modo y me repugnó.

Envidiar, compadecerse de la propia suerte, hablar de los otros, mostrarse inquisitivos por los asuntos más triviales, ofenderse, insultar sin motivo, o en caso de haber estado sonsacando información sobre cierto hecho, divulgarla después del modo más detallado a otros, como si se hubiera sabido todo desde el principio. Odioso.

Alguien nos va a contar alguna novedad interesante, y un bebé empieza a llorar.

Una bandada de cuervos vuela en círculos con estridentes graznidos.

Un admirador llega en visita clandestina, el perro lo avista y ladra. Una desearía matar al animal.

He cometido la locura de invitar a un hombre a pasar la noche en un lugar poco conveniente, y comienza a roncar.

Un caballero nos visita en secreto, y si bien lleva un eboshi, recela que alguien pueda reconocerlo, tan aturdido está que al retirarse golpea contra algo con su sombrero. Realmente odioso. Igualmente irritante es que al levantar la celosía que cuelga a la entrada de la habitación, la deje caer produciendo un fuerte ruido. Y tanto peor cuando es pesada y el estruendo es mayor. Descuidos como éstos no merecen perdón. Si se levantan con delicadeza las cortinas, al entrar o salir, no ha de producirse el más mínimo ruido. Pero, si nuestros movimientos son rudos, hasta las puertas de papel se torcerían y chirriarían. Hay que levantarlas apenas y empujarlas de modo que se deslicen silenciosamente.

Me he acostado y estoy por adormecerme, cuando se presenta un mosquito, con estridente zumbido. Y hasta me parece sentir la corriente que levanta con sus alas. Aún sabiendo que es un ser insignificante, lo encuentro detestable.

Un caballero que va solo en su carruaje para ir a una procesión o algún otro evento. ¿Qué clase de hombre es? Aun sin ser un individuo de rango muy alto, bien podría llevar a algunos muchachos ansiosos por asistir al mismo espectáculo. Pero no, se instala solo –pues puedo distinguir su silueta a través de las cortinas– con aire de ensimismamiento, y se reserva todas sus impresiones.

Un carruaje pasa rechinando. Me irrita pensar en sus ocupantes que no se percatan de eso. Si yo viajara en un carruaje ruidoso, detestaría no sólo el carruaje sino también a su dueño.

Estoy escuchando absorta un relato, y de pronto alguien se entromete intentando probar que es la única persona ingeniosa de la reunión. Aborrecible persona. Como lo son también quienes, niños o adultos, intentan adelantarse dando empujones.

Estoy contando una historia sobre los tiempos antiguos, y alguien me interrumpe para agregar un detalle que casualmente conoce, el cual da a entender que mi versión es inexacta. Abominable proceder.

Algunos niños han venido de visita a mi casa. Los mimo y les doy juguetes para que se distraigan. Los niños se acostumbran a este trato y comienzan a venir regularmente, y sin pedir permiso entran en mi habitación y desparraman mis accesorios y objetos. Detestable.

Cierto caballero a quien no deseamos ver nos visita en casa o en palacio, y simulamos dormir. Pero una sirvienta viene a avisarnos y para despertarnos nos sacude, con una mirada de reproche por nuestra pereza. Sumamente odioso.

Un novato se pone a la cabeza de un grupo, y con mirada vivaz, establece la norma e impone su parecer sobre todos. Aborrecible.

El hombre con quien estoy viviendo una aventura alaba a otra mujer. Incluso si se trata de una relación del pasado, es desagradable. Cuánto más si todavía la sigue viendo. Aunque a veces creo que no es tan desagradable.

Una persona que se desea salud a sí misma después de estornudar. En verdad abomino de todo aquel que estornuda, excepto si es el dueño de casa.

Las moscas también son odiosas. Cuando vuelan cerca de nuestras ropas, parecieran estar agitándolas.

El ladrido de los perros cuando es prolongado y a coro es de mal agüero y odioso.

Y cómo detesto a los maridos de las nodrizas. No tanto si la criatura que cuida es una niña, pues en este caso el hombre toma su distancia. Pero si es un varón, actúa como si fuera el padre, y sin permitir que el niño se aleje de su lado, insiste en controlarlo todo. Mira a los otros servidores de la casa como si fueran menos humanos, y si alguno intenta regañar al infante, lo desacredita ante el amo. A pesar de su conducta ignominiosa, nadie se atreve a acusarlo, de manera que camina a grandes zancadas por la casa, con un aire engreído y vanidoso, dando órdenes a todo el mundo.

Un hombre sin ningún encanto especial habla de modo afectado y adopta poses de elegante.

Cortesanas deseosas de estar al tanto de todo.

Muchas veces, sin motivo, alguien me desagrada, y tiempo después hace algo detestable.

Un amante que se retira en medio de la noche se vuelve para decirnos que olvidaba su abanico y papel. "Los he puesto por algún lugar anoche", dice. Y, a pesar de la oscuridad total, camina a tientas por la habitación, golpeándose contra los muebles y rezongando. "Extraño. ¿Dónde diablos podrán estar?". Hasta que por fin los encuentra. Se mete el papel en el pecho con crujido, y abre con brusquedad su abanico, aventándose con movimientos bruscos. Recién entonces se decide a partir. ¡Qué proceder falto de gracia! Odioso resulta un calificativo demasiado suave.

Igualmente insufrible es el hombre que, al irse en medio de la noche, se demora atando el cordón de su sombrero. Acción innecesaria, pues bien podría marcharse encasquetándose el sombrero sin amarrarlo. ¿Por qué pierde el tiempo arreglándose la capa? ¿Piensa acaso que alguien puede llegar a verlo a esas horas de la noche y criticarlo por no estar impecable?

Un buen amante se conducirá con elegancia tanto en la oscuridad como en cualquier otro momento. Se deslizará de la cama con una mirada de consternación. La mujer suplicándole: "Vete, amigo, está aclarando. Nadie debe verte aquí". El lanzará un hondo suspiro revelador de que la noche no ha sido suficientemente larga y que abandonar a su dama lo hace sufrir. Ya de pie, no se vestirá de inmediato, sino que acercándose a su amada, le susurrará todo lo que ha quedado sin decir durante la noche. Incluso ya vestido, se demorará ajustándose el cinturón con gestos lánguidos. Luego levantará la celosía y permanecerá con su dama de pie junto a la puerta, diciendo cuánto lamenta la llegada del día que los apartará, y huirá. Verlo partir en ese momento será para ella uno de sus más deliciosos recuerdos.

La elegancia de la despedida influye enormemente en el apego que tengamos por un caballero. Si salta de la cama, ronda por la habitación, se ajusta demasiado el cinto, se arremanga y se llena el pecho con sus pertenencias, asegurando enérgicamente su cinturón, comenzamos a odiarlo.







suzuri: piedra en que se frota la barra de tinta, y se moja el pincel.

sumi: barra de tinta.

eboshi: sombrero de la época, levantado y angosto.







Traducción realizada
por Amalia Sato, a partir
de la versión de Ivan Morris
y lecturas de los originales
en japonés.
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