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Pulsación
Buenos Aires, febrero de 2002
¿Cómo saber la diferencia entre lo que se ve y lo que
queda? Ahora que estás lejos, vuelvo a preguntarte en esta
carta lo mismo que no me contestabas cuando estabas cerca. Me pedías
que no te mirara siempre en el mismo lugar; me hablabas del espacio
entre nosotros, que tu cuerpo tiene capas cuando mis ojos te ven,
como detrás de un vidrio, me decías, y yo no entendía
y seguía buscándote. ¿Por qué debo perderte?
Todavía están tus pulseras en mi mesa, ¿ o sos
vos?
Mido, me obsesiono, cuento: una, dos, se borra tu primer imagen, la
primera, la que está adelante y te encuentro perfecta en el
centro, suspendida, pensando que esta vez pude verte realmente, tal
como lo pedías, y pienso que lo que es entre nosotros es sólo
lo que se ve, que así son las cosas, que lo mismo da mi ojo
y tu espejo, porque calco cada torción, cada color tuyo, y
nada de lo que veo queda en el final, ni mis ojos ni tu espejo. Y
entonces, otra vez te vas.
Son capas, eso ya lo sé; lo dijiste tantas veces... No es tan
difícil que entienda que podés acumularte, que definís
los límites de la luz a tu antojo, que sos vos la que decide
hasta dónde puedo llegar yo.
Creo que ya te dije que tus pulseras están aún sobre
mi mesa.
Y aún no dejo de mirarte.
Gustavo Varela
Este texto formó parte de la muestra en el Fotoespacio
del Retiro, Torre Monumental, marzo de 2002. |
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Sobre el papel se imprime la obra de arte, técnica,
proceso de líquidos que revelan y develan, sobre el blanco
que no es definido por la mano del artista sino por la industria.
La lente atrapa y estanca al objeto, para llevarlo hasta su costado
amorfo y hacerlo víctima de la mirada del que mira.
Los dados o las fichas, un sorbete en línea que establece el
horizonte, la grana repostera que se hace impresionismo, para desafiar
los límites, siempre lo mismo, forzar al que ve a sobrepasarse.
La obra de Eduardo Arauz resulta molesta, incómoda. Acaso porque
proponga una dialéctica entre la cosa y el arte en una tensión
plana, en dos, ancho y altura, sin síntesis pero de la que
hay que salir. Me pregunto si la foto también es un objeto
y entonces temo que la obra me involucre en un retorno eterno, de
la cosa al arte y otra vez a la cosa.
Tal vez sea posible escapar de esa trama: trazar la tangente al círculo,
encontrar ese único punto donde la línea lame al encierro,
ni arte ni cosa, ni siquiera su síntesis. La tensión
no se resuelve, nunca, ni en ésta ni en aquella fotografía.
Arauz pretende que el que mira se haga esa línea que puede
tocar la fricción entre lo bello y lo real, tan sólo
un instante, y después subir. Ese es su capricho.
Gustavo Varela
Buenos Aires, abril de 2000
Este texto formó parte de la muestra en la fotogalería
del Rojas, mayo de 2000.
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