Julio de 1880
(...)
Por ejemplo, sabes bien que a menudo he descuidado mi aseo, lo admito
y admito que esto sea desagradable. Pero he aquí, la molestia
y la miseria existen para algo y además son un buen medio
para asegurarse la soledad necesaria, para poder profundizar más
o menos tal o cual estudio que nos preocupa.
Un estudio muy necesario es la Medicina; apenas hay un hombre que
no trate de saber aunque sea un poco, que no busque comprender a
los menos de qué se trata y resulta que no sé de esto
todavía nada. Pero todo eso absorbe, todo eso preocupa, pero
todo eso nos hace soñar, meditar, y pensar. Hoy resulta que
ya llevo cinco años tal vez, no lo sé exactamente,
viviendo más o menos desarraigado, errante aquí y
allá. Vosotros habéis dicho: ¿después
de tal o cuál época te has rebajado, te has extinguido,
no has hecho nada? Esto es completamente cierto.
Es verdad que a menudo he ganado mi pedazo de pan, a menudo algún
amigo me lo ha dado por lástima, he vivido como he podido,
lo mismo bien que mal, como se presentaba; es verdad que he perdido
la confianza de algunos y es verdad que mis asuntos pecuniarios
se encuentran en un triste estado; es verdad que el porvenir es
bastante sombrío; es verdad que habría podido hacerlo
todo mejor; es verdad que nada más que para ganarme el sustento
he perdido tiempo; es verdad que mis estudios siguen en un estado
bastante triste y desesperante y que es más lo que me falta,
infinitamente más, que lo que tengo. Pero, ¿a eso
le llamáis descender, a eso le llamáis no hacer nada?
Tú dirás tal vez: Pero, ¿por qué no
has seguido, como hubiéramos querido que hubieses continuado,
por el camino de la Universidad? No contestaré nada, salvo
esto: es demasiado; y además, ese porvenir no era mejor que
el presente que ando siguiendo.
Pero en el camino en que me encuentro debo continuar. Si no hago
nada, si no estudio, si no busco más, entonces estoy perdido.
Entonces, desgracia sobre mí.
Así es como encaro las cosas: continuar, continuar, eso es
lo necesario.
(...) Ahora, una de las causas por las cuales estoy fuera de lugar
-porque durante años he estado desplazado- es simplemente
porque tengo otras ideas que las de esos señores que dan
los puestos a los sujetos que piensan como ellos. No es una sencilla
cuestión de toilette, como se me ha reprochado hipócritamente,
es una cuestión más seria, te lo aseguro.
¿Por qué te digo todo esto? No es para quejarme, no
es para disculparme porque más o menos no pueda tener razón,
sino simplemente para decirte esto: cuando me visitaste por última
vez el verano pasado, cuando nos paseamos los dos cerca del viejo
canal y del molino de Rijswijk, "y entonces -tú decías-
estábamos de acuerdo sobre muchas cosas, pero -agregaste-,
desde entonces tú has cambiado mucho, no eres ya el mismo".
Y bien; esto no es del todo así; lo que ha cambiado, es que
entonces mi vida era menos difícil y mi porvenir menos sombrío
en apariencia; pero en cuanto a lo interior, en cuanto a mi manera
de ver y de pensar no he cambiado; solamente, si en efecto hubiese
un cambio, es que ahora pienso y creo y amo más seriamente
lo que también entonces pensaba, creía y amaba.
(...)
Por tanto, tú no debes pensar que reniego de esto o aquello;
soy una especie de fiel en mi infidelidad y aunque cambiado soy
el mismo y mi tormento no es otro que este: ¿para qué
podría yo servir? ¿No podría yo ser útil
de alguna manera? ¿Cómo podría yo saber más
y ahondar tal o cual tema? Ya ves, esto me atormenta continuamente,
y además uno se siente prisionero en su tormento, excluido
de participar en tal o cual obra, y tales y cuales cosas necesarias
están lejos del alcance. A causa de esto no se vive sin melancolía,
después se sienten vacíos allí donde podría
haber amistades y altos y serios afectos, y se experimenta cómo
el terrible decaimiento roe hasta la misma energía moral,
y la fatalidad parece poder poner una barrera a los instintos afectivos
y una marea de náuseas sube a la garganta. Y en seguida se
dice: ¿hasta cuándo, Dios mío?
¿Qué quieres? Lo que pasa adentro parece que ocurriera
afuera. Fulano tiene un gran fuego en su alma y nadie se acerca
a calentarse, y los que pasan sólo advierten un poco de humo
en lo alto, por la chimenea, y siguen su camino. Ahora, ya ves:
¿qué hacer?, ¿fomentar ese fuego interiormente,
esperar pacientemente, aunque con mucha impaciencia, esperar la
hora, digo, en que alguien querrá venir a sentarse a vivir
allí?, ¿qué se yo? El que crea en Dios, que
espere la hora, que llegará tarde o temprano.
Ahora, por el momento, todos mis asuntos van mal, a lo que parece,
y esto ha sido así durante un tiempo no del todo inconsiderable,
y esto puede seguir así en un futuro más o menos largo,
pero puede ocurrir que después de haber ido todo al revés,
todo vaya mejor en seguida. No lo tomo en cuenta, tal vez no ocurra
nunca, pero en caso que se produzca algún cambio hacia el
bien, lo consideraría como ganado, estaría contento,
diría: "en fin, había sin embargo alguna cosa".
Pero sin embargo -dirás-, tú eres un ser despreciable,
puesto que tienes ideas imposibles de religión y escrúpulos
de conciencia pueriles. Si tengo ideas imposibles o pueriles, ojalá
pueda librarme de ellas; no pido nada mejor. Pero éste es,
más o menos, el nivel que he alcanzado. Te encontrarás
en "El filósofo bajo los techos" de Souvestre,
cómo un hombre de pueblo, un simple obrero muy miserable
si se quiere, se imaginaba la patria. "Tú no has pensado
tal vez en qué es la patria", replicó posándome
una mano sobre la espalda, "es todo lo que te rodea, todo lo
que te ha criado y alimentado, es todo lo que has amado, estos campos
que estás viendo, estas casa, estos árboles, estas
muchachas que pasan y ríen, todo esto es la patria".
"Las leyes que te protegen, el pan que paga tu trabajo, las
palabras que cambias, la alegría y la tristeza que te llegan
de los hombres y de las cosas entre las que vives, todo esto es
la patria. La pequeña habitación en que otras veces
viste a tu madre, los recuerdos que ella te ha dejado, la tierra
donde ella reposa, todo es la patria. La ves, la respiras en todas
partes. Imagínate los derechos y los deberes, los afectos
y las necesidades, los recuerdos y la gratitud, reúne todo
esto con un solo nombre y este nombre será la patria."
(...)
Alguien, para citar un ejemplo, amará a Rembrandt, pero seriamente,
sabrá que hay un Dios y creerá en él. Alguien
ahondará en la historia de la Revolución Francesa;
no será incrédulo, verá que en las grandes
cosas hay también una potencia soberana que se manifiesta.
Alguien habrá asistido durante un corto tiempo solamente
a los cursos gratuitos de la gran universidad de la miseria y habrá
puesto atención a lo que habrá pasado bajo sus ojos
y a lo que habrán escuchado sus oídos y habrá
reflexionado sobre ello y habrá terminado también
por creer y aprender tal vez más de lo que podría
decir. Trata de comprender la última palabra de lo que dicen
en las obras de arte los grandes artistas, los maestros serios,
y verás a Dios allí dentro.
(...)
Y el hombre abstraído tiene también su presencia de
espíritu por momentos, como por compensación. Es a
veces un personaje que tiene su razón de ser por tal o cual
motivo que no se ve siempre en el primer momento, o que se olvida
por abstracción a menudo involuntariamente. Alguien que ha
rodado largamente como sacudido sobre un mar tempestuoso, llega
al fin a su destino; alguien que parecía inútil e
incapaz de desempeñar ningún cargo, ninguna función,
termina por encontrar una, y activo y capaz de acción se
muestra muy diferente a lo que había parecido al principio.
Te escribo un poco al azar lo que me viene a la pluma, me sentiría
muy contento si de alguna manera tú pudieras ver en mí
algo más que un haragán.
¿Acaso hay haraganes y haraganes que hacen contraste? Está
aquel que es haragán por pereza y dejadez de carácter,
por la bajeza de su naturaleza: tú puedes, si lo juzgas bien,
tomarme por uno de éstos.
Después está el otro haragán, el haragán
a pesar suyo, que vive roído interiormente por un gran deseo
de acción, que no hace nada porque vive en la imposibilidad
de hacerlo, puesto que está como preso en alguna cosa, porque
no tiene lo que necesitaría para ser productivo, porque la
fatalidad de las circunstancias lo reduce a ese punto; un haragán
así no sabe siempre él mismo lo que podría
hacer, pero lo siente por instinto; por tanto, sirvo para algo,
siento en mí una razón de ser; sé que podría
ser un hombre por completo diferente. ¿En qué podría
ser útil?, ¿en qué servir?, ¿hay algo
dentro de mí?, ¿qué es, entonces?
Éste es un haragán muy diferente; tú puedes,
si lo juzgas bien, tomarme por uno de éstos.
(...)
Este hombre haragán se parece a ese pájaro haragán
y los hombres se hallan a menudo en la imposibilidad de hacer nada,
prisioneros en no sé qué jaula horrible, horrible,
muy horrible.
Existe también, lo sé, la libertad, la libertad tardía.
Una reputación arruinada con razón o sin razón,
la debilidad, la fatalidad de las circunstancias, la desgracia,
así acaba uno preso.
No sabremos decir nunca qué es lo que nos encierra, lo que
nos cerca, lo que parece enterrarnos, pero sentimos, sin embargo,
no sé qué barras, qué rejas, qué paredes.
¿Todo esto es imaginario, fantasía? No lo creo; y
después uno se pregunta: Dios mío, ¿será
por mucho tiempo?, ¿será para siempre?, ¿será
para la eternidad?
Tú sabes cómo puede desaparecer la prisión.
A base de afecto profundo, serio. A base de ser amigos, ser hermanos,
amar: así se abre la prisión como una fuerza soberana,
como un encanto poderoso.
(...)
Además, la prisión se llama algunas veces prejuicio,
malentendido, ignorancia fatal de esto o aquello, desconfianza,
falsa vergüenza.
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