Una vez más, usted y yo, como dos obedientes marionetas
del destino. Frente a frente. Nuestro duelo: un deja vú,
un sueño recurrente, un combate parejo que repetimos ante
dos ojos ¿imparciales?, en el poroso ring de una página
en blanco.
Me temo que esta vez será el último. Es por eso que
le escribo esta carta, que intenta ser una despedida (espero no
muy solemne, aunque... cómo evitarlo).
Por una vez escribiré palabras en su honor.
¡Qué ironía! Nadie me ha sido tan fiel como
usted. Siempre a mi lado, en los peores momentos y en los mejores
(quiero creer que los hubo), como una sombra, o mejor: una huella
invisible. ¡Si me ha criticado, mujer! Excesivamente, en muchas
ocasiones, permítame decirle.
Pero si he forjado un carácter ha sido, entre otras cosas,
gracias a esa obsesiva manía suya de atender mis impulsos,
mi incontinencia verbal, mis sueños de grandeza, mi ansiedad,
etc. Como el sparring al campeón, sus manos continentes me
han modelado.
Lamentablemente, la misteriosa elipse de la vida nunca nos permitió
una tregua para conocernos más y mejor. Nos ha querido a
un lado y al otro del espejo.
¿Existe tal espejo? No espero su respuesta. Yo he sido siempre
el que pregunta y usted la que borra /calla /otorga.
Existe. Ambos lo sabemos. Es un espejo negro, un mundo de sombras,
de
alfabetos y nocturnidad. Usted diría: no, es un espejo blanco,
mudo,
cegador. Y empezamos otra vez. Antagonismo, lo único que
sabemos hacer
desde que fuimos concebidos. Pero la vejez apacigua los ánimos.
La vejez es una goma que se lleva los malos y buenos recuerdos.
¿Cuántas palabras me ha llevado, mi querida Dos Banderas?
¿A dónde han ido estas palabras?
Apenas me queda cuerpo para seguir esta lucha. Es por eso que tomo
una
de sus dos banderas blancas (amarillentas) para hacerla flamear
entre
nosotros, sin pretender de usted el mismo gesto. Me conforma el
tiempo dispensado en escucharme.
Y si hablara, preferiría no escuchar esa respuesta. Estoy
cansado. Y no sobreviviré a un nuevo sacapuntas. Mis últimas
fuerzas son para esta confesión de gratitud.
Ya es tiempo de hacerle una visita a la nada, su dominio. Acaso
sea un regreso.
Afectuosamente -y quedándose con la última palabra-
su rival de siempre
Johann Faber 1105 Nro. 2
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