Cuando camino por Nueva York, soy siempre consciente de los olores
que me rodean: las alfombras de goma en los edificios de oficinas;
las sillas tapizadas de los teatros; la pizza; la naranjada Julius;
espresso-ajo-orégano; las hamburguesas; las camisetas de
algodón; las tiendas de comestibles del barrio; las tiendas
de comestibles elegantes; los hot-dogs y las salchichas con
saveskraut; olor a ferretería; olor a papelería;
souvlaki; a cuero y a manta de viaje en Dunhil, Mark Cross
y Gucci; la piel curtida marroquí en las paradas callejeras;
nuevas revistas; números atrasados de revistas; tiendas de
máquinas de escribir; tiendas de objetos chinos importados
(enmohecidos en la travesía); tiendas de objetos hindúes
importados; tiendas de objetos japoneses importados; tiendas de
discos; tiendas de alimentación natural; drugstores con fuentes
de sodas, drugstores de rebajas; barberías; salones de belleza;
almacenes de madera; las mesas y sillas de la Biblioteca Pública
de Nueva York; los Donuts; los pretzels, los chicles y zumos
de uva en los metros; las tiendas de accesorios de cocina; laboratorios
fotográficos; zapaterías; tiendas de bicicletas; el
papel y las tintas de impresión de las librerías-papelerías
Scribne's, Brentan's, Doubleday's, Rizzoli, Marboro, Bookmasters,
Barnes & Noble; puestos de limpiabotas; batidos de helado; brillantinas;
el buen olor a caramelo barato frente a Woolsworth's y el olor a
lencería en el fondo; los caballos delante del Hotel Plaza;
los humos de autobuses y camiones; el papel de copia de los arquitectos;
comino, alholva, salsa de soja, canela; plátanos frito; las
vías de tren en la Grand Central Station; el olor a plátano
de las tintorerías; vapores de los lavaderos de los edificios
de apartamentos; los bares del East Side (cremas); los bares del
West Side (sudor); quioscos de periódicos; las tiendas de
discos; los quioscos de frutas en todas las temporadas fresones,
melones, melocotones, ciruelas, kiwis, cerezas, uvas de Concord,
mandarinas, ananás, manzanas y me encanta la manera
en que el olor de cada fruta impregna la madera rugosa de las cajas
y el papel fino de los envoltorios.
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