libros : formas
Formas

Paula Jiménez / Valeria Cini
2002
F    
  Forma
forma
forma
 
    que se esquiva
por isso mesmo viva
no morto que a procura
a cor não se pousa
nem a densidade habita
nessa que antes de ser

deixou de ser não será
más e
   
  forma
festa
fonte
flama
filme

 
e não encontrar-té é nenhum desgosto
pois abarrotas o largo armazén do factível
onde a realidade é maior do que a realidade

Carlos Drummond de Andrade  



La vuelta

Ellos buscan en la vereda cosas
como otros pepitas de oro
en las arenas de los ríos.
Viajamos en el mismo tren, yo llevo
mi mochila de cuero, ellos sus changos
que regresan cargados
en los vagones de la medianoche.
A veces yo también soy ellos
en una realidad de latas,
papeles y botellas. Las ruedas
de ese incómodo equipaje
hecho de caño y bolsa de arpillera
en su trajín chirrían, ascendiendo
escalón por escalón hacia el andén.
Un pueblo que vive de los restos
que otro pueblo va dejando en las calles
y convierte las partes en un todo, un mundo
al que el otro mundo se le antoja ajeno
como si no le fuera propio
el desamparo o la búsqueda de oro
bajo la niebla.

Soy huérfana de vos cuando camino
por la ciudad en noches como ésta.






Brasil


I.

Los viajes que la abuela hacía
eran siempre en invierno, o tal vez yo
los fijé en esos meses de días cortos
cuando la oscuridad llegaba
unas horas antes que mamá.
La abuela me traía de Brasil
un diminuto colectivo lleno
de chocolates, el mismo siempre,
en cartón pintado. La alegría
que sentía al recibirlo repetía otra,
cotidiana, cuando de vuelta del trabajo
mamá le daba fin a las penumbras
al encender las luces de la casa.
Por esos días fríos, cada bombón
cobraba gusto a un país desconocido,
a cierto idioma que yo nunca
había hablado. El colectivo aquél
salía de su valija con el mismo impulso
que un payaso saltando por la tapa
de la lata después de darle cuerda.
Como ese personaje mi colectivo
era el secreto de algo inexplicable.
Me hechizaban las idas
y vueltas de mi abuela,
su largo viaje
simulando un truco mágico.


II.

Una tarde sin que nos viera la maestra,
Marcelo y yo cambiábamos figuritas.
De pronto abrí un paquete y encontré
la difícil. Se la di, no esperé nada
de ese gesto pero él me regaló su lápiz,
atesorado recuerdo de Brasil. Mamá
vivió en San Paulo algunos años y nunca
habló ese idioma, por eso para mí
aquél era un confín mudo y perdido.
Se hacía material en los regalos que parecían
constancias de otro mundo, meteoritos,
trocitos de galaxias. Como ese lápiz,
algunas cosas pueden
llevarnos a tiempos y lugares
donde nunca estuvimos y así pasan
a ser lo que no fueron:
aviones, playas, morros, la promesa
de una vida impensable.
Cuando Marcelo dejó sobre mi banco
aquella prueba, el puño de mamá
golpeó la puerta del aula.
Fue una sorpresa adivinar su figura
tras el vidrio. ¿Qué hacía ella
en el lugar y la hora inesperados?
No lo recuerdo, sólo guardo
ese gesto radiante trasuntando
en secreto una respuesta. Entonces,
mamá, ¿Todo tá fora?


III.

Marcial era su nombre
y quise conocerlo, parecía mentira
que los parientes brasileños vinieran
por fin a nuestra casa. Papá puso una mesa
enorme en el jardín y esperamos
impacientes como si fueran los regalos
de aquella Navidad. Yo no pude
estar sentada ahí, sino en mi cama.
Se hizo señorita, dijo alguien
por excusar mi ausencia y me vi teñida
en el color de la vergüenza. Todo mi cuerpo
se deshace, pensaba yo, neófita ante ese
dolor que sostenía entre mis manos.
Me dormía de a ratos escuchando
trás la ventana el relato extranjero de Marcial,
veloz era su voz y suave como el cantar
de una mujer. Afuera él falaba portugués
aquella noche, en el jardín prohibido para mí.

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